
Indice
- 0.1 Prólogo: El camino más antiguo hacia Roma
- 0.2 Día 1: De Canterbury a Dover – El despertar del peregrino
- 0.3 Día 2: Dover a Wissant – El cruce del Canal
- 0.4 Día 3: Wissant a Guînes – Campos franceses y primeros encuentros
- 0.5 Día 4: Hacia Tournaheim Sur la hem- El sendero se vuelve más auténtico
- 0.6
- 0.7 Día 5: Tournehem-sur-la-Hem a Wisques – El miércoles de los pueblos cerrados
- 0.8 Día 6: Esquerdes – Encuentros en el camino
- 0.9 Día 7: Un día entre peregrinos
- 0.10 Continuará…
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Prólogo: El camino más antiguo hacia Roma
La Vía Francígena es uno de los senderos de peregrinación más antiguos de Europa, una ruta que conecta Canterbury con Roma a través de más de 2.000 kilómetros de historia, cultura y paisajes únicos. Su origen se remonta al año 990, cuando el arzobispo de Canterbury Sigérico el Serio registró este itinerario en su regreso desde Roma, convirtiéndose en el primer testimonio escrito de esta ruta milenaria.
A diferencia del popular Camino de Santiago, la Vía Francígena atraviesa cuatro países –Inglaterra, Francia, Suiza e Italia– ofreciendo una experiencia única que combina la tradición inglesa, la elegancia francesa, la majestuosidad alpina y la historia italiana. Este es el relato de mis primeros días en este extraordinario camino.

Día 1: De Canterbury a Dover – El despertar del peregrino
40 kilómetros de puro descubrimiento
Me desperté a las 6 de la mañana tras una noche de lluvia intensa con truenos y relámpagos. Pese al mal tiempo, logré dormir ocho horas seguidas, algo que agradecí enormemente considerando mi estado de cansancio. Recogí la tienda y a las 6:30 empecé a caminar hacia Shepherdswell, el primer pueblo en mi ruta.
El camino comenzó tranquilo, aunque con una lluvia ligera que no me preocupó demasiado. Si bien está señalizado como «North to South Way», ocasionalmente aparecían carteles de la Vía Francígena que me confirmaban que iba por el sendero correcto. El paisaje era típicamente inglés: campos verdes, praderas de trigo y arvejas que se extendían hasta donde alcanzaba la vista.

El primer obstáculo apareció a los 10 kilómetros: una valla bloqueaba el camino oficial, obligándome a desviarme unos 500 metros. Estos inconvenientes menores son parte de la experiencia, especialmente en un camino como este que aún está en desarrollo en algunos tramos.
El paisaje era hermoso, lleno de flores silvestres y girasoles, pero la humedad del rocío matutino me empapó las zapatillas y calcetines. Fue entonces cuando noté una molestia en el tobillo que había estado sintiendo desde el día anterior. Al sentarme en un banco para descansar, descubrí que tenía una ampolla considerable que ya se había reventado. Me tomé el tiempo necesario para curarla adecuadamente y aproveché para desayunar.
Shepherdswell es un pueblo pequeño pero acogedor, típico de la campiña inglesa. Su iglesia parroquial, aunque modesta, me ofreció el primer sello oficial de mi credencial después del de Canterbury. La granja local donde paré para almorzar y tomar algo caliente fue un remanso de tranquilidad, y aproveché para cargar el teléfono – algo crucial cuando se acampa libre, ya que hay que aprovechar cada oportunidad.
La segunda etapa del día me llevó hacia Dover. En el camino me encontré con el primer peregrino, aunque apenas intercambiamos palabras.
Fue curioso pasar por un campo privado lleno de vacas pastando libremente, con carteles de advertencia que me hicieron caminar con precaución pero sin problemas.
El cansancio empezó a hacer mella cuando me quedé con poca agua. Afortunadamente, un conductor que pasaba me ofreció una botella pequeña, justo lo que necesitaba para los últimos kilómetros.
Dover me recibió con su imponente castillo medieval dominando los acantilados blancos. Tras comprar provisiones en el supermercado, busqué un lugar para acampar. Había identificado un área cerca del castillo, pero mientras exploraba, encontré un parque apartado junto a un sendero que parecía perfecto. Para mi sorpresa, ya había otra tienda montada a unos 100 metros, lo que me confirmó que era un buen lugar para pasar la noche.
Completé 40 kilómetros en mi primer día, desde Canterbury hasta Dover, sintiendo una mezcla de satisfacción y expectativa por lo que vendría.

Día 2: Dover a Wissant – El cruce del Canal
De Inglaterra a Francia por el ferry
Me levanté temprano, a las 6 de la mañana, y desmontó la tienda sin inconvenientes. El ferry salía a las 9:45, y afortunadamente el puerto estaba relativamente cerca, por lo que no tuve que caminar mucho.
Llegué con mucha antelación, lo cual resultó ser una bendición. El proceso de abordaje es más complejo de lo que esperaba: control de pasaportes, aduana, rayos X y luego un autobús que te lleva hasta el ferry. Todo esto lleva su tiempo, así que mi llegada temprana fue clave.

A las 9 de la mañana ya estaba en el ferry, pagando las 30 libras del pasaje. El precio me pareció un poco caro, pero la experiencia vale la pena. El estrecho de Calais es la parte más angosta del canal de la Mancha, con solo 33 kilómetros entre Dover y Calais, lo que hace que el viaje sea relativamente corto pero significativo.
Al principio estaba solo en la cubierta destinada a los peatones, pero gradualmente fueron apareciendo más pasajeros con sus vehículos. Aproveché para cargar los dispositivos electrónicos durante la hora y media que duró la travesía. Llegamos a Calais cerca de las 13:30/14:00, y un autobús nos trasladó desde el puerto hasta la ciudad.
Una vez en Calais, busqué un supermercado (encontré un Carrefour) y traté de conseguir una tarjeta SIM francesa, aunque sin éxito ese día. Comencé a caminar hacia Wissant a eso de las 13:30, con 20 kilómetros por delante.
Wissant es un destino especial en la Vía Francígena. Este pueblo costero es probablemente donde desembarcó Sigérico el Serio, el arzobispo que documentó la ruta original, no en Calais como muchos asumen. La primera parte del camino transcurre por la costa, caminando varios kilómetros directamente sobre la arena de la playa.
El camino por la playa fue extraordinario. Pude meter los pies en el agua del Canal de la Mancha, comer tranquilo con vista al mar y disfrutar de un paisaje costero único. Incluso caminaba con la mochila y descalzo. Después de 6-7 kilómetros, el sendero se alejó de la playa para adentrarse en una zona más montañosa.

El sendero comenzó a ascender ligeramente, ofreciendo vistas espectaculares del mar a un lado y campos franceses del otro.
Lo más impresionante fue llegar a la zona de acantilados. El sendero bordeaba precipicios con vistas panorámicas del mar, con una playa inaccesible desde ese punto. Había un mirador especialmente hermoso en la parte más alta, antes de volver a descender hacia la playa.
Los últimos kilómetros fueron nuevamente por la arena, hasta llegar finalmente a Wissant a las 7 de la tarde. El pueblo es pequeño pero acogedor, con cafés donde pude reponerme. Le pregunté al mesero sobre lugares para acampar, y me sugirió un lugar discreto en la playa o cerca de un campo de fútbol.
Decidí dormir directamente en las dunas, sin montar la tienda, solo con la esterilla y el saco de dormir. El pronóstico indicaba una noche sin lluvia ni vientos fuertes, así que fue perfecto para disfrutar del sonido del mar.

Día 3: Wissant a Guînes – Campos franceses y primeros encuentros
26 kilómetros de paisajes rurales
Me desperté a las 5.30 de la mañana en las dunas de Wissant. Aunque dormí razonablemente bien, el frío de la madrugada me despertó temprano. Estar prácticamente solo en la playa al amanecer fue una experiencia mágica – había disfrutado del atardecer desde ese mismo lugar la noche anterior.

Me tomé mi tiempo para preparar las cosas y hacia las 6:30-7 empecé a caminar hacia el pueblo para comprar provisiones. Afortunadamente, la tienda estaba abierta y pude conseguir agua, comida, pan, jamón y queso para el desayuno y el almuerzo.
Desayuné tranquilamente en la plaza del pueblo, pero lo más importante fue que a las 8:30 abrió un estanco donde pude comprar una tarjeta SIM francesa. Pagué 35 euros en total (25 por el plan de datos y 10 por la SIM), lo que me daría 275 GB de datos – esencial para la navegación en los próximos días.
A las 9 de la mañana empecé a caminar hacia Guînes, con 26 kilómetros por delante. El día era completamente diferente al anterior: todo campo, praderas y senderos rurales. El terreno era relativamente plano con algunas cuestas suaves, nada demasiado exigente.

Después de 10-15 kilómetros llegué a un pueblo donde esperaba encontrar algo para comer, pero solo había un local de tatuajes abierto. Como ya tenía almuerzo del supermercado, aproveché para pedirle al tatuador si podía cargar mis dispositivos. Fue muy amable y me dejó cargar durante 40 minutos mientras almorzaba una ensalada y echaba una siesta.
Los últimos 10-12 kilómetros hasta Guînes fueron sin incidentes particulares, atravesando la típica campiña francesa. Guînes es un pueblo más grande, con un supermercado bien surtido donde pude comprar provisiones.
Mientras estaba sentado en la plaza del pueblo, me di cuenta de algo importante: entrar a Guînes representa una desviación del camino oficial. Para continuar la ruta, tendría que volver por donde había venido, unos 2-3 kilómetros. Estudiando el mapa, vi que el día siguiente el sendero atravesaba una zona muy verde con posibilidades de acampar libre.

Decidí ser estratégico: tomé la mochila y la bolsa del supermercado y empecé a caminar la siguiente etapa. Después de 4-5 kilómetros encontré un lugar perfecto al costado del camino oficial para montar la tienda, ahorrándome el regreso a Guînes y posicionándome mejor para el día siguiente.
Día 4: Hacia Tournaheim Sur la hem- El sendero se vuelve más auténtico
32 kilómetros de bosques y primeros encuentros
El cuarto día comenzó de manera muy tranquila. Me desperté a las 6 de la mañana completamente solo, lo que me permitió desarmar la tienda y desayunar con calma, sin prisa. Sabía que sería un día relativamente fácil.
El único inconveniente menor fue que tuve que esperar para hacer una llamada a la operadora francesa para resolver un problema con la tarjeta SIM, pero se solucionó rápidamente. El problema logístico fue que tenía basura acumulada y tuve que caminar unos 10 kilómetros hasta encontrar un lugar para desecharla.
El sendero de ese día fue muy agradable: bosquecitos, senderos naturales y paisajes rurales. Fueron unos 15 kilómetros muy tranquilos, donde pude tomarme mi tiempo y disfrutar realmente del camino.

Al mediodía llegué a Licques, después de unos 20 kilómetros de caminata (considerando que había avanzado la tarde anterior). Decidí parar en un café para tomar unas cervezas y cargar el cargador portátil.
Estuve una hora y media en el café, y fue entonces cuando llegaron mis primeros compañeros de camino: tres peregrinas que había visto el día anterior pero con las que no había interactuado. Eran dos italianas y una holandesa. Conversamos un rato, nos sacamos fotos, y descubrimos que la holandesa se quedaría en Licques mientras las italianas y yo continuaríamos hacia Tournehem-sur-la-Hem.
Antes de seguir, visitamos un cementerio de la Commonwealth de la Segunda Guerra Mundial, un recordatorio sobrecogedor de la historia que impregna esta región del norte de Francia. Después nos separamos momentáneamente porque necesitaba ir al supermercado (un Carrefour) para comprar comida, cena y provisiones para el día siguiente.
El camino hacia Tournehem-sur-la-Hem presentó un problema técnico: en cierto punto, el GPS me indicaba ir por un lugar que estaba completamente obstruido por pastizales altos, imposible de transitar. Tuve que desviarme aproximadamente un kilómetro para volver al sendero original.
Cerca del final del día, encontré una iglesia católica abandonada de estilo gótico muy antigua. Además de ser arquitectónicamente hermosa, funcionaba como mirador natural. Decidí parar allí para cenar lo que había comprado, liberándome de peso antes de llegar al pueblo y buscar lugar para acampar.
La iglesia era realmente impresionante. Me quedé un buen rato sacando fotos, comiendo y descansando. Una vez repuesto, continué hacia Tournehem-sur-la-Hem.
Tenía identificado un lugar cerca de un campo de fútbol y una cancha de básquet, aunque esto significaba desviarme un poco del camino oficial. Cuando llegué, por suerte vi que el área estaba desierta y pude acampar al costado sin ningún problema.

Día 5: Tournehem-sur-la-Hem a Wisques – El miércoles de los pueblos cerrados
27 kilómetros de desafíos logísticos
Me desperté a las 7:30 en Tournehem-sur-la-Hem, habiendo encontrado un lugar apartado que me permitió dormir tranquilo. Al desarmar la tienda, me dirigí directamente a un café para desayunar, ya que abría a las 8 de la mañana.
Llegué un poco temprano y me quedé esperando, pero justo cuando pasaron las 8, apareció una señora en coche que me preguntó qué necesitaba. Cuando le dije que buscaba un café, me informó que ese día estaba cerrado. Le pregunté por un supermercado, y me indicó que había uno a 100 metros.
Cuando fui hacia la calle, descubrí que el supermercado también estaba cerrado. Hablé con dos señores que estaban por ahí, y me confirmaron lo que empezaba a sospechar: era miércoles, y en estos pueblos pequeños muchos comercios cierran entre semana.
Sin muchas opciones para desayunar y con agua limitada, decidí empezar a caminar. Sabía que tenía 20 kilómetros por delante y esperaba encontrar algo abierto en algún pueblo del camino.
Pasaban los kilómetros y la situación se complicaba: no encontraba ningún local abierto en los pueblos, incluso las iglesias estaban cerradas. El sol pegaba directamente y no había sombra en el camino. Después de caminar unos 10 kilómetros, mi agua se había terminado prácticamente.
Afortunadamente, encontré un garaje de repuestos de coches donde pude pedirle al dueño que me llenara la botella. El hombre accedió amablemente y me llenó la botella completa, lo que me permitió continuar los últimos 10 kilómetros con más tranquilidad.
En un momento del camino, me encontré con una situación interesante: el GPS me indicaba doblar hacia la derecha, pero había flechas y señalización del camino de la Vía Francígena que me decían ir hacia la izquierda. Decidí seguir la señalización oficial del camino, y terminé ahorrándome unos 500 metros a un kilómetro.

El objetivo del día era Wisques, un pueblo histórico donde hay dos abadías importantes. Cuando llegué, no encontré ningún restaurante, bar o supermercado abierto, únicamente las abadías y un hotel de tres estrellas.
La abadía de Saint-Paul (la abadía de los hombres) estaba cerrada y abría recién a las 3 de la tarde. Había llegado a la 1 de la tarde, así que visité la abadía de Notre-Dame, que estaba abierta porque es de monjas.

Lo que no sabía en ese momento era que se puede dormir en estas abadías por 35 euros la noche. De todas formas, excedía mi presupuesto de campamento libre.
Decidí continuar 3 kilómetros más hasta Esquerdes, donde sabía que había bares y restaurantes. Una vez allí, me fui directamente al café, me comí un sándwich de atún, tomé un par de cervezas y un café, y me quedé 3-4 horas cargando todos los dispositivos electrónicos.

En mi relajación, dejé los calcetines mojados afuera para que se secaran, pero al día siguiente me daría cuenta de que me los había olvidado (y los encontraría en el mismo lugar).
A las 7 de la tarde fui a buscar lugar para dormir. La primera opción, un campo de fútbol, estaba cerrado, pero inmediatamente vi al costado un campo abierto entre casas. Caminé hacia adentro del campo, buscando un lugar discreto cerca de unos arbustos, y a las 8 de la tarde ya tenía todo armado.
Día 6: Esquerdes – Encuentros en el camino
24 kilómetros de compañía y paisajes variados
Me desperté a las 7:30 de la mañana en el campo donde había dormido entre las casas. A las 8 ya me dirigía al café donde había estado todo el día anterior.
El café estaba cerrado, pero por suerte el dueño estaba justo en la puerta. Le pedí agua para llenar la botella y aproveché para buscar mis calcetines olvidados, que encontré intactos (aunque con un poco de bichos investigando) donde los había dejado.
Con la botella llena y los calcetines recuperados, comenzé a caminar. A aproximadamente un kilómetro de salir del pueblo, me encontré con Luisa, la peregrina holandesa que había conocido días antes. Estaba un poco perdida, tratando de descargar el mapa de la ruta en su teléfono.
Con mi internet, la ayudé a descargarse el mapa del día, y comenzamos a caminar juntos. Primero tuvimos una subida de aproximadamente un kilómetro con unos 100 metros de desnivel, después seguimos por un bosquecito durante unos 7 kilómetros.
En cierto punto, ella dijo que necesitaba descansar, así que en un lugar con sombra se paró a descansar mientras yo seguí caminando. El resto del camino fue principalmente campo y algún que otro bosquecito, con una iglesia cerrada más, como venía siendo habitual.

Después de 15 kilómetros bajo el sol, me encontré con las dos peregrinas italianas que también estaban llegando al pueblo. Hicimos los últimos 5 kilómetros juntos, lo que hizo más amena la llegada.
Una vez en el Thérouanne, identifiqué lo que parecía ser una escuela abandonada con un parque enorme al fondo donde se podía acampar. Decidí que sería mi lugar para la noche y me fui directamente al café del pueblo.
Estuve en el bar unas cuatro horas: tomé una cerveza, comí algo, cargué todos los dispositivos electrónicos y tomé un café. A las 6:30-7 me fui al lugar que había identificado para acampar.
Llegué a la supuesta escuela abandonada y fui al fondo del parque, buscando un lugar discreto. Empecé a montar la tienda pensando que había encontrado el lugar perfecto.
En ese momento aparecieron un niño con una mujer. El niño se acercó jugando, y después la mujer vino a preguntarme qué hacía allí. Le expliqué que pensaba que era una escuela abandonada donde se podía acampar. Me dijo amablemente que no, que era propiedad privada y que no se podía acampar.
Eran las 7:30 de la tarde y tenía que buscar otro lugar. Había identificado otros sitios posibles, así que fui a explorarlos. El primero era un campo de fútbol que estaba cerrado, pero justo al lado había un campo abierto entre casas donde me pude instalar discretamente.
Como estaba entre casas, no quería llamar la atención, así que tuve que esperar hasta las 9 y algo, cuando se hizo de noche, para realmente poner la tienda y poder dormir tranquilo.

Día 7: Un día entre peregrinos
24 kilómetros de camaradería y descubrimientos
Comenzó la mañana a las 7, despertándome entre los arbustos donde había dormido en el campo público. A las 7:30 ya estaba en marcha para ir al mismo café donde había pasado tantas horas el día anterior, para arrancar bien el día con un desayuno.

Después del café, empecé a caminar sabiendo que me esperaban unos 20 kilómetros. Sin prisa y sin apuro, mantuve el ritmo tranquilo que había adoptado. De hecho, a los primeros 5 kilómetros decidí parar para hacer un descanso.
Después del descanso y de comer algún snack para reponer energías, seguí caminando. Al poco rato me encontré nuevamente con las dos italianas, que estaban caminando a paso veloz. Hicimos los próximos 10 kilómetros juntos.

El resto del camino fue similar a los días anteriores: campos, algún que otro bosque, y paisajes rurales franceses. Pasamos por un pueblo donde, como en otras ocasiones, la iglesia estaba cerrada, así que no pude poner el sello correspondiente.
En los últimos kilómetros dejé atrás a las italianas y seguí caminando solo. Cuando llegué a Amettes, me encontré con que parecía desierto. Únicamente cuando fui a la iglesia descubrí que estaba abierta, pero había niños del coro cantando, así que decidí no interrumpir.

Una vez que los niños terminaron de cantar y se fueron, pude entrar a la iglesia tranquilamente para sacar fotos y videos sin interrumpir a nadie. Después fui al ayuntamiento (la mairie), pero estaba cerrado – era viernes por la tarde.
En ese momento me encontré con Luisa, la peregrina holandesa, que había tomado un taxi para seguir porque no se encontraba bien del pie. Muy amablemente me comentó que podía acompañarla a donde se estaba hospedando, donde seguramente me podrían ayudar a encontrar un lugar para acampar.
Acepté ir con Luisa, ya que ni en la iglesia ni en el ayuntamiento había encontrado información sobre alojamiento. Cuando llegamos a su hospedaje, me atendió la dueña muy amablemente y me dijo que me llevaría en coche hasta un lugar donde no habría ningún problema para quedarme con la tienda.
Era a unos 200 metros, y para mi grata sorpresa, cuando llegamos me encontré con algo así como una casa de peregrinos del ayuntamiento, un lugar que específicamente ayudaba a los peregrinos. Me recibieron con los brazos abiertos y me dijeron que atrás de la casa había un campo enorme donde podía poner la tienda sin ningún problema. Incluso me mostraron los baños y el acceso al agua.

También había una señora que vendía souvenirs: collares, llaveros y otros recuerdos. Me acerqué a ver qué tenía, y me regaló un llavero, así que por agradecimiento le compré una muñequera.
Agradecido por toda esta hospitalidad, procedí a montar la tienda a las 5 de la tarde, algo inusual para lo que venía haciendo. Aproveché para ir al baño, limpiarme un poco y lavar algo de ropa.
A las 7 de la tarde abría el único restaurante del pueblo, y ya había quedado en cenar con Luisa, la holandesa, y las dos italianas. Fuimos al restaurante, comimos carne, tomamos una cerveza, conversamos sobre nuestras experiencias del camino, y a las 8 de la tarde regresamos cada uno a su respectivo hospedaje para dormir y prepararse para la siguiente etapa.

Reflexiones de los primeros días
Estos primeros siete días en la Vía Francígena me han enseñado que cada jornada de peregrinación es única y está llena de sorpresas. Desde el desafío físico de las primeras ampollas hasta la alegría de conocer otros peregrinos, desde la frustración de encontrar pueblos cerrados hasta la hospitalidad inesperada de desconocidos.
El camino no solo es un desafío físico, sino una lección constante de adaptabilidad, paciencia y gratitud. Cada día trae nuevos paisajes, nuevos encuentros y nuevas historias que contar.
La Vía Francígena me está demostrando que el verdadero viaje no es solo llegar a Roma, sino disfrutar cada paso del camino hacia allá.
Continuará…
